Lamento esta larga ausencia de mis obligaciones como blogger-master. Distintas cuestiones ocuparon mi agenda estas semanas: estuve en Chile (como contralor externo para las elecciones), en Arabia Saudita (como parte de los Cascos Blancos, asistiendo al hermano musulmán durante la estampida humana en La Meca), en Australia (viendo unos fragmentos olvidables del torneo exhibición Kooyong Classic), en Karlovy Vary (buscando algo de asistencia intelectual para el festival de cine que tengo intenciones de organizar este año en San Luis) y en Mar del Plata (acompañando a Amor-Amor a uno de los almuerzos televisados de Mirtha Legrand). Fascinado (¡mesmerizado!) por esta impecable conductora (historia viva del jet set artístico), y luego de ver uno de los óleos que adornaban su pequeño camerino –un Parmigianino original (¡mi manierista predilecto!)–, durante uno de los cortes comerciales tracé, en una servilleta de papel, estas líneas. Espero que rescaten algún verso feliz.
¡Lo sé! Ensayabas, Dios, ante el lonero
de Tarso al emerger, vociferante;
no más que un tibio introito murmurante
para Villa Cañás, aquel febrero.
¿Habrás brotado en llama, en aguacero?
¿O en concéntricos Cielos, como en Dante?
¿Colmó tu Luz los flancos del Levante,
o encegueció el ocaso del arriero?
Envistiote el Señor, Rosa María,
con el jocundo encanto de las flores,
mas no con su volátil lozanía.
Se perderán mis fechas, mis honores;
tú reinarás, perenne envidia mía,
suprema domadora de verdores.