Fervor puntano - de Alberto Rodríguez Saá

Tuesday, January 17, 2006

La losa funeraria que cubría

Querido Mariano,

Podría llorar durante horas. (La Audiencia, una vez más, yerra en sus maquinaciones y en sus procedimientos.) Tomo, en cambio, el camino de la acción: te doy un apoyo simbólico (estos catorce míseros endecasílabos) y otro tangible: mi cuerpo de letrados está a tu entera disposición para apelar este atropello de lesa honradez deportiva.


La losa funeraria que cubría
de Lázaro los restos, en Betania,
Volvió al polvo, y con ella la Guadaña
(malherida, ante el Hijo, en su porfía).

De tal modo, Mariano, tu cuantía
tornará como el Fénix. La cizaña
leguleya no acude a tu campaña,
sí a la bajeza de la Auditoría.

Exento no te he visto de grandeza,
en tu gesta naranja y parisina,
gladiador de la zurda y la sorpresa.

¿Qué de ti quedará tras la neblina
de la implacable y negra noche espesa?
Tu incunable revés, no epinefrina.

Thursday, January 12, 2006


¡Lo sé! Ensayabas, Dios, ante el lonero

Lamento esta larga ausencia de mis obligaciones como blogger-master. Distintas cuestiones ocuparon mi agenda estas semanas: estuve en Chile (como contralor externo para las elecciones), en Arabia Saudita (como parte de los Cascos Blancos, asistiendo al hermano musulmán durante la estampida humana en La Meca), en Australia (viendo unos fragmentos olvidables del torneo exhibición Kooyong Classic), en Karlovy Vary (buscando algo de asistencia intelectual para el festival de cine que tengo intenciones de organizar este año en San Luis) y en Mar del Plata (acompañando a Amor-Amor a uno de los almuerzos televisados de Mirtha Legrand). Fascinado (¡mesmerizado!) por esta impecable conductora (historia viva del jet set artístico), y luego de ver uno de los óleos que adornaban su pequeño camerino –un Parmigianino original (¡mi manierista predilecto!)–, durante uno de los cortes comerciales tracé, en una servilleta de papel, estas líneas. Espero que rescaten algún verso feliz.

¡Lo sé! Ensayabas, Dios, ante el lonero
de Tarso al emerger, vociferante;
no más que un tibio introito murmurante
para Villa Cañás, aquel febrero.

¿Habrás brotado en llama, en aguacero?
¿O en concéntricos Cielos, como en Dante?
¿Colmó tu Luz los flancos del Levante,
o encegueció el ocaso del arriero?

Envistiote el Señor, Rosa María,
con el jocundo encanto de las flores,
mas no con su volátil lozanía.

Se perderán mis fechas, mis honores;
tú reinarás, perenne envidia mía,
suprema domadora de verdores.